Hasta siempre, Don Joaquín
Sabina se despidió de su público granadino en el primero de los conciertos de la gira 'Hola y adiós'
La Plaza de Toros de Granada fue anoche un confesionario colectivo, un brindis a corazón abierto y la primera estación de despedida de Joaquín Sabina en la ciudad nazarí. No es poca cosa: el flaco de Úbeda, a sus 76 años, arrancó el primero de los dos conciertos programados dentro de su gira final, Hola y adiós, mientras miles de gargantas se aferraban a la idea de que quizá era la última vez que podían corear sus versos en directo.
El acto de apertura fue puro homenaje: se proyectó el videoclip de Último vals, arropado por amigos y colegas, como si quisiera decir que su circo de canallas no desaparece, sino que se multiplica. Y entonces apareció él, con bombín blanco, chaqueta sobria y camiseta marinera de rayas, caminando despacio hasta el taburete que sería su refugio durante casi dos horas. La ovación fue atronadora: Granada recibió a Sabina con el respeto que se le guarda a los viejos capitanes que llevan décadas guiándonos entre la tormenta.
El tiempo no pasa en balde, y Sabina ya no engaña a nadie: canta sentado, midiendo cada respiro, pero sigue siendo un maestro en el arte de convertir la fragilidad en oro. Entre canciones, confesó con sorna que Granada siempre tuvo para él un perfume especial: “Aquí viví años inolvidables, aquí tuve por primera vez las llaves de una casa… y aquí también dormí por primera vez con una chica”. El público rió y aplaudió, consciente de que Sabina no solo trae canciones: trae historias que forman parte de la memoria sentimental de varias generaciones.
Clásicos imperecederos
El repertorio fue un guiño a toda su carrera: Lágrimas de mármol, Mentiras piadosas, Lo niego todo, Quién me ha robado el mes de abril, Calle Melancolía y, por supuesto, la imprescindible 19 días y 500 noches que convirtió el coso en una taberna improvisada. Hubo también espacio para los caprichos: el deseo de que una mujer cantara una de sus canciones lo cumplió la siempre espléndida Mara Barros, y el de que un rockero pusiera la voz lo satisfizo Jaime Azúa, guitarrista vasco de su banda, aportando crudeza y electricidad.
El concierto viajó entre la ternura y la ironía, entre recuerdos de barra de bar y versos implacables. Granada, entregada, lo acompañó como quien acompaña a un viejo camarada de aventuras en su última gran travesía. Y llegó el cierre: Princesa puso la guinda a una noche que tuvo más sabor a brindis de despedida que a simple concierto.
El sábado dirá “adiós”, pero lo de anoche ya fue un hasta siempre. Porque Joaquín Sabina, incluso despidiéndose, sabe dejar a todo el mundo con ganas de otra ronda. Y anoche, en Granada, brindamos con él.
Patricia del Pozo destaca que la muestra "salda una deuda contraída con el artista que llevó a la escultura sacra a sus más altas cotas"